A continuación reproduzco un artículo publicado en 2007 por Pablo Paniagua, por su interés y claridad de exposición.
¿Qué
son los fractales? Para empezar a responder esta pregunta nos tenemos
que remontar al año 1497 cuando un monje italiano, Lucca Paccioli, dio a
conocer lo que era “la divina proporción”, título del libro de su
autoría donde explica los secretos de la “sección áurea”, proporción
matemática que se basa en una regla de tres para establecer el
equilibrio adecuado entre las partes de un todo. Esta división armónica
ya fue utilizada desde la antigüedad, y casi siempre en arquitectura,
por los egipcios, griegos y romanos, y más tarde en pintura por los
grandes maestros del renacimiento, para establecer las reglas que les
permitieran lograr una perfección compositiva.
Aquí
nos damos cuenta de la importancia del “número” (lo cuantificable, lo
que se puede medir), algo que ya dedujo la “escuela pitagórica” cuando
equiparó la realidad al número; para ella los números gobiernan al mundo
y el Universo es ritmo, o sea, que lo cualitativo está presente en
todo. A partir de ahí es comprensible que, para imitar el patrón
superior, el hombre tratara de unir las matemáticas y el arte en
búsqueda de la perfección: catedrales, esculturas, pinturas, todo hecho
respecto al número, las matemáticas aplicadas al espacio: la geometría.
“Geometría”,
ésta es la palabra, el punto de partida hacia “lo fractal”, pues lo
fractal pertenece a un modelo geométrico donde la “sección áurea” se
equipara a una semilla sin germinar. Y ahora, a este respecto, aunque
sea por semejanza botánica, me remito al concepto de “rizoma” en el que
Gilles Deleuze y Félix Guattari se basan, según nos explican su libro
“Mil Mesetas”, para organizar un sistema de multiplicidad que se expande
a través de diferentes estructuras que son análogas a los rizomas de
las plantas, y así explicar, con esta metáfora, los nuevos
comportamientos sociales en el capitalismo tardío. Este concepto de
rizoma es bastante similar, en su estructura organizativa, a lo que se
desprende del orden fractal, con la salvedad de que en el segundo
término los elementos que lo componen son más limitados y se generan a
partir de sí mismos: son “recursivos”. Los fractales serían como una
semilla geométrica que, al germinar, mediante la intervención de un
proceso de algoritmos matemáticos, se expandiera de forma semejante al
rizoma de una planta: “un punto de fuga al inverso generado por la
repetición de sus mismos elementos”.
Esta
“expansión fractal” la podemos encontrar, de manera concéntrica, en el
origen y evolución del Universo, según las teorías del “Big Bang” (de
Georgy Antonovich Gamov, en 1948) y la “Inflacionaria” (de Alan H. Guth,
en 1981). Millones de estrellas y planetas en expansión, donde con
ellos también se propagan el tiempo y el espacio, cuando nuestro mundo,
nuestro planeta y nosotros, somos una minúscula partícula de todo ese
entramado; de tal modo que nos encontramos, como individuos, dentro de
un mega-sistema de semejantes características: “nosotros dentro de una
sociedad que está compuesta por una especie, que puebla y se relaciona
de manera fractal, dentro de este planeta que forma parte de un sistema
solar que forma parte de un Universo de características fractales”. Por
tanto, estamos marcados por la fractalidad desde lo más íntimo de
nuestro ser hacia el exterior: “átomos, moléculas, células, tejidos,
órganos… hasta completar un cuerpo que está regido por un cerebro de
millones de neuronas interconectadas fractalmente”. Toda partícula forma
parte de un algo y ese algo es la parte de un complejo superior que es
la parte de otro que lo supera en magnitud, o sea, que nuestro Universo y
nosotros mismos estamos determinados, sin lugar a dudas, por un orden
fractal.
La Real Academia Española de la Lengua nos ofrece la siguiente definición: Un
fractal es una figura plana o espacial, compuesta de infinitos
elementos, que tiene la propiedad de que su aspecto y distribución
estadística no cambian cualquiera que sea la escala con que se observe.
Ya,
más o menos, nos vamos haciendo una idea de lo que es un fractal: “un
sistema complejo que se multiplica hacia el infinito a partir de sí
mismo” o, como lo definen en Wikipedia: Un fractal es un objeto
geométrico cuya estructura básica se repite en diferentes escalas. El
término fue propuesto por el matemático Benoit Mandelbrot en 1975. En
muchos casos, los fractales pueden ser generados por un proceso
recursivo o iterativo, capaz de producir estructuras auto-similares
independientemente de la escala específica. Los fractales son
estructuras geométricas que combinan irregularidad y estructura.
Esta última explicación, desde luego, es mucho mejor que la que nos da
la Real Academia Española, y, a partir de ella, nos hacemos una idea de
lo que es un fractal.
Ahora, ya teniendo el concepto establecido, podemos partir desde este punto para hacer su aplicación en la literatura.
Está
claro que a una oración, compuesta por un sistema de signos con sus
significados y significantes, no se la puede someter a la secuencia de
un algoritmo fractal, pues perdería su coherencia sintáctica; pero lo
que sí se puede hacer es imitar los modelos fractales, respetando la
sintaxis, para generar oraciones y textos que conformarán lo que se
puede denominar como “literatura fractal”. Por tanto, “la literatura
fractal sería aquélla que multiplica los signos lingüísticos, dentro de
un orden sintáctico, como si se tratase de un juego de espejos que busca
en esa repetición, en ese juego, una dinámica dentro de lo infinito, de
lo laberíntico o lo circular”; o, dicho de una manera más sencilla: “La
literatura fractal es aquélla donde se multiplican por sí mismos los
elementos que la componen”.
Existen
dos artículos en la “web” que tratan de fijar este concepto. El
primero, que parece lleva por título “Literatura fractal”, es de Alberto
Viñuela y data del 29 de julio de 2001. El segundo, “Literatura y el
infinito”, es un trabajo escolar que, por su estructura, parece se basa o
toma como modelo el de Alberto Viñuela, aunque aporta, dentro de su
brevedad, alguna idea nueva y creaciones propias; está publicado sin
fecha y sus autoras son: Tatiana Pérez Veiga, Martina Piñeyrúa y Eugenia
Espona.
Alberto Viñuela nos define así la literatura fractal: Llamo
literatura fractal a todo aquel escrito que manifiesta propiedades
similares a las de los objetos fractales, centrándose sobre todo en los
elementos recursivos, es decir, que hacen referencia a sí mismos. Alberto
Viñuela nos propone diferentes maneras para lograr este objetivo
mediante, por ejemplo, las “tautologías” (repetición de un mismo
pensamiento dicho de distintas maneras), “historias cíclicas” (que
empiezan y terminan, tras su desarrollo, con un concepto similar que une
el principio y el final), “cajas chinas y cajas chinas cíclicas”
(historias que contienen a otra historia y a su vez a otra historia…), y
luego continúa, después de presentar ejemplos de diversos autores para
cada uno de estos enunciados, abordando los temas de la “Ficción
científica y los lenguajes fractales”, “La recursividad en la literatura
religiosa”, para terminar su exposición con citas de algún que otro
escritor conocido.
El
otro trabajo, que se reduce más a la simple idea de lo infinito y su
relación con la literatura, hace referencia a las paradojas de Zenón de
Elea y sus juegos con el espacio-tiempo, para completar su desarrollo
con un resumen de la ya comentada propuesta de Alberto Viñuela.
En
ambos casos, para ilustrar sus planteamientos, aparece la figura y obra
de Jorge Luis Borges como máximo exponente para este tipo de
literatura.