"TRELEW, DONDE COMENZÓ", foto PABELLÓN DEVOTO 1973

La libertad estaba cerca. Alicia podía sentir la brisa en la cara y el aroma del pasto que crecía en el descampado alrededor de la cárcel de Rawson. Por fin, estaba afuera. Hacía diez minutos había sonado en los pabellones de los presos políticos la zamba “Luis Burela”, la misma que cantaban las guerrillas de gauchos de Güemes en las luchas por la independencia. Se elevó la voz clara de Carlos Astudillo, un militante de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), que había sido detenido cuando cubría la retirada de sus compañeros en un asalto a un banco de Córdoba. Como buen santiagueño, le gustaba la chacarera, pero esta vez no tocaba la guitarra por placer.

S. Garaño y W. Pertot - Trelew, donde comenzó (cap.1) fuente: elortiba.org
–¿Con qué armas pelearemoooos? Con las que les quitaremos, dicen que gritó –cantó.

Era la señal para comenzar la fuga. Un revólver salido de la nada le apuntó al jefe de la guardia cuando se acercó a la puerta enrejada del pabellón. “Dame las llaves”, dijo Marcos Osatinsky, líder de las FAR. El penitenciario soltó el manojo. Reja tras reja, se fueron abriendo. Y los puestos de guardia cayeron uno a uno. Los celadores fueron a parar a las celdas, sin sus uniformes. La acción se repitió simétricamente en el pabellón de las mujeres: las celadoras entraron para hacer el recuento de las presas y fueron encañonadas. “Quedate piola”, le dijo Alicia a la celadora, luego de sacarle el manojo de llaves. De allí fue al cuarto de guardia y puso la radio al máximo. Por si había disparos.

Los ocho grupos operativos en los que se habían dividido los militantes funcionaban como un mecanismo de relojería: unos custodiaban a los apresados, otros tomaban la enfermería y la cocina, mientras el grupo armado avanzaba con Fernando Vaca Narvaja –de Montoneros– a la cabeza, vestido con uniforme militar. Ya tenían los pabellones 5 y 6 bajo control. Entraron a la sala de guardia donde estaba toda la armería, encañonando a los guardiacárceles que habían capturado. Los celadores amagaron con desenfundar. Eran veinte, por lo que el tiroteo en el estrecho pasillo que conducía a esas oficinas podía ser brutal.

“No nos maten, por favooor. Nos rendimos”, gritó Carmelo Facio, uno de los guardias, y levantó las manos teatralmente. Los otros siguieron su ejemplo. Con un sutil guiño de ojo hacia los presos, Facio se dejó desarmar. Dos grupos de guerrilleros disfrazados de penitenciarios salieron a tomar las torretas que vigilaban el perímetro del penal.

–¿Qué pasa, mi comandante? Escuché disparos.

–Nada, un incidente con unos estudiantes. Ábrame –ordenó sin cuidado Rubén “El Indio” Bonet, un obrero de Nestlé y dirigente del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP).

Los disparos venían de la conserjería, una casilla alejada de los edificios de la cárcel y cercana a la entrada. El cabo Juan Valenzuela desconfió al ver venir a los presos. A pesar de que se había afeitado su frondoso bigote, le vio cara conocida a Mariano Pujadas, un estudiante de Agronomía cordobés que militaba en Montoneros. “Identifíquese. ¡Alto ahí!”, gritó Valenzuela, y abrió fuego con su fusil. Unos segundos más tarde, cayó muerto por una ráfaga de FAL. A su lado, quedó herido otro guardiacárcel.

“Bueno, muchachos, se tomó el penal”, anunció Roberto Mario Santucho, comandante del ERP. Cerca de sesenta guardias habían sido reducidos en diez minutos. El comienzo se había demorado porque esperaban una señal de afuera, que llegó a las 18.22. Susana Lesgart, una maestra cordobesa y compañera de Vaca Narvaja, colocó una sábana en la ventana para avisar a los camiones que entrasen. Alicia salió de la cárcel disciplinadamente junto con los ciento veinte presos que iban a escapar. Tenían bajo su control el penal.
Sólo restaba esperar el transporte, que llegaría de un momento a otro. Era el 15 de agosto de 1972. Y la libertad estaba cerca... (Capítulo 1, sigue acá)